El sigo XXI ha sido testigo de la aparición de varias enfermedades nuevas, así como del aumento en la prevalencia de otras más antiguas. Esto se debe en gran medida a factores como la urbanización, la globalización y los cambios en el estilo de vida actual (incluyendo el estrés, la inadecuada alimentación, la proliferación de sustancias tóxicas, etc.). Desequilibrios en nuestra cotidianeidad que dan lugar a la diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares, cáncer…
Es importante destacar que la aparición y aumento de estas enfermedades se deben a una combinación de factores entre los cuales podemos mencionar los “disruptores endocrinos”.
Hablamos de sustancias químicas que son muy similares a nuestras hormonas y que tienen la capacidad de “confundir” a nuestro sistema endocrino, alterando, imitando o bloqueando a nuestras hormonas.
Nuestro sistema endocrino es el responsable de la producción y regulación de nuestros mensajeros químicos (hormonas).
Esto conlleva el riesgo de causar efectos muy negativos en nuestra salud, incluyendo alteraciones en el desarrollo sexual, la fertilidad y la función del sistema inmunológico. Como también afecta a los procesos de desarrollo y reproducción, al desarrollo neurológico, al comportamiento, la memoria y aprendizaje, al metabolismo y control de peso… y la lista continúa.
Tales disruptores se encuentran en infinidad de productos cotidianos, incluidos los de higiene personal, alimentos y productos químicos industriales. Por ejemplo, los ftalatos son un tipo común de disruptor endocrino que se encuentran en los plásticos, cosméticos, fragancias y algunos alimentos. El bisfenol A (BPA) es otro ejemplo común de disruptor endocrino y se encuentra también en productos de plástico (botellas de agua y envases de alimentos) y en los tickets de papel térmico. Los podemos encontrar en el aire de los aires acondicionados, emisiones de los vehículos, utensillos de cocina con antiadherentes o antimanchas, en textiles sintéticos o pinturas sintéticas, en el polvillo de la casa, en artículos de limpieza y en cosmética.
El problema que presentan es que pueden afectar a cualquier persona, pero son especialmente peligrosos para los fetos y niños pequeños, ya que su sistema endocrino aún se encuentra en desarrollo y son más susceptibles a la exposición a sustancias químicas. También son un colectivo vulnerable quienes tengan patologías congénitas, o alterada su microbiota, o sufran de una hiper permeabilidad intestinal o un sistema inmune debilitado.
Además, algunos estudios han sugerido que dichos disruptores pueden tener efectos a largo plazo en la salud por su carácter acumulativo, incluyendo un mayor riesgo de cáncer, enfermedades cardiovasculares, diabetes y otro tipo de trastornos metabólicos o enfermedades neurológicas. Esto también abarca la capacidad de pasar de generación en generación si la madre está expuesta durante el embarazo, aumentando el riesgo de enfermedades en la descendencia.
En general, la relación entre los disruptores endocrinos y la aparición de nuevas enfermedades es compleja y aún no es concluyente. Sin embargo los datos disponibles muestran que la exposición a estos productos químicos puede tener efectos negativos para la salud humana y animal. Por lo que es importante tomar medidas para regular y minimizar su uso y fomentar alternativas más seguras.
Ante la gran demanda por parte de los consumidores hoy contamos con una extensa oferta de productos que superan los controles y muchos están siendo prohibidos. Hay que leer las etiquetas!!!
Si sirve de consuelo y sin ánimo de alarmar a nadie la solución no es ir a vivir a una cueva esterilizada!!! Es tan sencillo como adoptar hábitos saludables, mantener una actividad física regular, protegerse de la exposición a sustancias tóxicas, consumir alimentos reales que nutran y fortalezcan nuestras defensas naturales, elegir materiales más nobles como el algodón, el vidrio, la arcilla, leer las etiquetas y buscar la simplicidad tanto en nuestras rutinas como en lo que elegimos para consumir.